Uno de los primeros que marcó los límites de La Alpujarra, fue el accitano Pedro Antonio de Alarcón en su famoso libro La Alpujarra. Hasta la segunda mitad del pasado siglo los nativos de esta comarca, entre los cuales me encuentro, no utilizábamos el gentilicio de alpujarreño, o si lo hacíamos era siempre con recato y procurando evitarlo; era un poco vergonzoso, o simplemente sentíamos complejo. Con la publicación de Gerald Brenan de su libro Al sur de Granada, escrito durante su retiro en Yegen y poco después Chris Stewart con su otro libro «Entre limones: Historia de un optimista,» escrito también durante su estancia en un cortijo cerca de Órgiva, la cosa empezó a cambiar; de repente todo el mundo había nacido en La Alpujarra o al menos tenía algún pariente próximo en este paraíso que era y sigue siendo La Alpujarra. En este remanso de paz uno se encuentra con ingleses, holandeses y personas procedentes de otros países europeos, que se han establecido aquí huyendo de las trepidantes ciudades y de la locura a la que hemos llegado.
La Alpujarra es una comarca natural, que en la época musulmana constituía una cora, formada a su vez por varias tahas. Yo tuve la suerte de nacer en Alcolea, que junto con Bayarcal, Paterna, Laujar, Fuente Victoria, Fondón y Benecid, formaban la taha de Andarax. Los pueblos alpujarreños, tanto granadinos como almerienses son de una gran belleza, limpios, cuidados, incluso mimados por sus habitantes, donde el aire aún huele a lavanda, a tomillo y en primavera a azahar, porque aunque sus pueblos son de montaña, gozan de un clima escalonado, que hace que la región sea casi autosuficiente en sus producto agrícolas. En La Alpujarra se dan los aguacates hasta media altitud, los naranjos y todo tipo de frutales y en los pueblos altos los manzanos, cerezos, nogales y castaños, incluso las frambuesas en la zona de Capileira y Pampaneira.
Realmente todos los pueblos de La Alpujarra tienen su encanto, pero el hablar de todos ellos daría lugar a un libro y yo lo que pretendo es escribir un artículo, así que me limitaré a citar unos cuantos un poco al azar. Empezaré por Murtas, de La Alpujarra granadina, protegida por su famoso Cerrajón, que es la atalaya natural y señora de la Contraviesa. A este pueblo, donde se hacen los mejores soplillos de la zona, en época de Fernando VII se trasladó el Colegio Militar que había en Granada, (antecedente de la Academia General Militar) permaneciendo en él desde el 16 de julio de 1823 hasta el 16 de agosto de 1824. El motivo fue la entrada en España de «los cien mil hijos de San Luis» al mando del duque de Angulema para apoyar el absolutismo de nuestro rey. La Loma de los Cuatro Vientos en el término de Murtas es un mirador extraordinario y la bodega que en ella se ubica formidable y grandiosa, como su vino: agradable, ligero y de sabores afrutados.
Siguiendo por la carretera que va a Ugíjar, a la izquierda encontrará los restos de unos torreones pertenecientes al castillo de Juliana. Realmente esta historia está un poco entre la leyenda y la Historia, pero algo de verdad hay porque los torreones permanecen en pie al cabo de muchos siglos. La propiedad de este castillo se le atribuye al conde don Julián. Sí, al que fue señor de Ceuta y que según cuentan facilitó la entrada de los sarracenos a la Península en el año 711, para vengarse de la afrenta que le había hecho el rey don Rodrigo a su hija Florinda. Poco más abajo, pues seguimos descendiendo, encontramos Jorairatar, antiguo pueblo independiente, convertido hoy en una pedanía de Ugíjar. Pues bien, en una casona del siglo XVII encontrará el Museo Histórico de La Alpujarra. Este museo lo hizo un altruista llamado José Antonio Jiménez Tovar con gran entusiasmo y esfuerzo y luego lo donó al pueblo. Vale la pena visitarlo y de camino hacerle unas fotos al lavadero y la fuente de la plaza.
En la ladera de enfrente, en término de Soportújar hay algo único, se trata del monasterio budista O Sel Liog, colgado en el Parque Natural de Sierra Nevada a 1600 metros de altitud, que fundaron hace 42 años los lamas Yehse y Zopa. En aquel paraje te sientes llamado a meditar, es como una necesidad; el silencio lo inunda todo y tu imaginación inexorablemente se siente transportada al Tibet. La vista sobre el barranco de Poqueira es espectacular, espléndida y sobrecogedora.
Capileira, Pampaneira y Bubión son tres pueblos preciosos de obligada visita, tal vez con demasiado turismo, pero su orientación y su altura los hacen únicos. En Pórtugos, antes de llegar a Trevélez, junto a la carretera está la fuente de agua agria (agua ferruginosa) pruébela y si le gusta tómese un par de vasos, pero no siga adelante sin antes bajar al barranco que hay al otro lado de la carretera. Una vez abajo encontrará un paisaje de cuento, por donde discurre un chorro de agua cristalina, sobre un fondo teñido de rojo, fruto de la precipitación del hierro del agua; las paredes por donde gotea el agua se han transformado en un inmenso tapiz de tonos rojizos y frescos, es algo maravilloso. Desde allí el cielo apenas se ve, porque los álamos del barranco, que buscan la luz desesperadamente y los cerezos enormes forman una zona de penumbra multicolor, que harán las delicias de pintores y fotógrafos.